De: "Compartidarios".
Cuentos. Ediciones Colmegna. Santa Fe. 1975
"El sueño venía más rápido si el dormilón andaba entre los troncos de los árboles como una hoja llevada por el viento, arrullando con su canto; el pájaro dormilón, que llamábamos onomatopéyicamente chorizo de gualeguaychú”.
JOSÉ MARÍA DÍAZ Los Pájaros ("Patria de la Miel") |
El sol de agosto, mezquinando calor, dejaba caer sus rayos amarillentos y fláccidos sobre el local de la Sociedad Rural de Gualeguaychú. Banderas y banderines multicolores se sacudían caprichosamente ante el revolotear juguetón del viento sur, mientras los árboles ofrecían escasa resistencia con su ramazón despoblada.
El sonido de los vehículos que pasaban de ida o vuelta para Gualeguay o Brazo Largo por la ruta lindera, se perdía entre el bullicio de fiesta que reinaba en el lugar en las vísperas de la inauguración de la tradicional exposición anual.
Expositores nerviosos controlaban el cuidado de los animales en los numerosos bretes, mientras en otro sector se terminaba el armado de los stands industriales y comerciales. Resoplaban algunos animales, emitiendo mugidos de protesta al recibir sobre el lomo el chorro de agua fría de un baño matinal que levantaba un vapor gris de efímera niebla, mientras otros dejaban hacer, entregados, a los peones que, afanosos y diestros, hacían correr sobre la pelambre lustrosa el cepillo de cerdas duras y acero o el peine de dientes gruesos.
-¡Está lindo el Sebastopol!
-Ese torito negro que trajo Carlomagno de Victoria no se queda atrás.
-¿Y qué me dice de los animales que trajo don Mihura?
El diálogo se producía en forma ocasional y algunos posibles compradores hacían anotaciones sobre talo cual animal.
En la pista el jurado examinaba con cuidada indiferencia el porte de los animales.
-Hágale dar otra vuelta.
El peón obedecía, con la contribución de la mansedumbre del animal, surgida de una prolongada existencia en común.
-Párelo... así está bien.
-Observe qué porte, doctor.
El llamado doctor hincó su bastón-silla en el suelo y se apoyó negligentemente en él.
-Estaba mirando el flanco derecho...
Cada uno aportaba alguna observación o crítica que reflejara su saber.
Luego el dictamen y la escarapela prendida en la cabeza del animal, entre el cerrado aplauso de la concurrencia.
Damaseno Mendieta, bastante retacón, grandes bigotes entrecanos y saltando unos ojos permanentemente inyectados en sangre a causa del alcohol, se pasó distraídamente los dedos por su gastado saco y apoyó su pie derecho sobre el tablón inferior de la empalizada. Miró un rato el trabajo de los jurados, luego se alejó indiferente al quehacer de los demás.
Comenzó a deambular entre los bretes y de vez en cuando atajaba algún expositor para lanzarle un desganado:
-¿Alguna changa, don?
Ante la rápida y esperada negativa agregaba:
-¿No le sobra algún peso?... ya que trabajo no hay...
En algunas ocasiones recibía unas monedas; quienes no lo conocían llegaban a deslizarle un billete de cinco o de diez pesos, ante cuya aparición Damaseno Mendieta se tocaba goloso los bigotes con la punta de la lengua.
-¡Gracias, don!
A veces solía arrancar un chasquido peculiar con la lengua, imaginando el vaso de vino o la copa repleta de caña o ginebra.
-¡Muchas gracias, don! -solía repetir, cuando la dádiva era grande.
Cuando juntaba algún "capital" emprendía viaje en dirección de la cantina de los peones, como esa mañana, en que logró acumular varios billetes. Entró, saludó, pidió su copa y se ahuecó en un rincón, paladeando la bebida, estirando con la imaginación cada sorbo.
-Lindos bigotes, don Mendieta y parece ser que los cuida, ¿no? -dijo uno de los presentes, que se había acercado buscándole conversación al viejo.
Damaseno Mendieta no respondió. Con un gesto lleno de orgullo se pasó los dedos por aquella pelambre entrecana y añosa, como dando a entender que había acusado el elogio.
-No cualquiera puede lucir unos bigotes así, endeveras se lo digo - insistió el otro.
-Desde que el gobernador Echagüe obligó al finado mi agüelo, que Dios lo tenga en su santa Gloria, a dejarse los bigotes, todos hemos sido bigotudos en la familia.
-Por decreto, de seguro - acotó burlón otro de los presentes, que había acercado su silla.
-Ansina es, como ujté, lo dijo, por decreto - le respondió de inmediato Mendieta.
La media mañana había congregado a varios peones deseosos de tomar unos mates o reforzar el calor del poncho con algo fuerte "entre pecho y espalda". El viejo vio la posibilidad de un convite si continuaba el diálogo y buscó centrar en él la curiosidad de los presentes.
-El gobernador Echagüe obligó a mi agüelo a usar bigotes -insistió, mientras vació de un trago el resto de la copa -Como han oído.
Y se quedó mirando la copa vacía en un especulador silencio.
-A ver, Lisandro. Servile otra copa, que yo lo convido al hombre -exclamó uno de los presentes.
Presto estiró el brazo el viejo. Un ligero gargajeo y el líquido cristalino que retorna tambaleante hasta sus labios, mojándole apenas las extremidades de sus bigotes.
-Cuente, Mendieta.
-Ahá, ¿cómo es el asunto?
Volvió Damaseno Mendieta a empinar el codo y un brillo pícaro se le escapó por las pupilas.
-Con esta sequía, ni ganas de hablar tengo...
-Lisandro, atendelo a Mendieta, que la copa de él pierde.
Vuelve Lisandro, el cantinero, a llenar la copa y se hizo la rueda expectante. Damaseno Mendieta contó con lujo de detalles que por allá por el año treinta y seis del siglo pasado, su abuelo, Basilio Mendieta, era sargento de dragones, cuando el Gobernador Echagüe lo citó en un decreto, mandando que todos los militares tenían que usar bigote.
- ... Y a mi agüelo, que Dios lo tenga en la santa gloria, lo hicieron bigotudo por decreto. -terminó diciendo.
-Pa' mí lo que usté dice es un bolazo. - señaló un paisano a su derecha.
-¡Bolazo! -saltó indignado Mendieta- ¡Bolazo, cuándo yo tengo el decreto!
Pidió que le llenaran de nuevo la copa, la vació de un trago y la dejó sobre la mesa cercana.
-Diande bolazo. Le voy a demostrar que Damaseno Mendieta no miente. -se paró y comenzó a hurgar nervioso entre unos papeles que había extraído del bolsillo interior de su saco- Me lo dio la agüela, pobrecita, pa' que lo conserve -con manos temblorosas recorrió las páginas de su Libreta de Enrolamiento hasta que tropezó con un papel amarillento que mostró triunfal - ¡Acá está! Lea, mi amigo y después diga si es bolazo.
El aludido desdobló con cuidado el papel y lo acercó a la ventana. Se trataba de la página arrancada de un libro. Un párrafo estaba marcado con tinta casi desvanecida. El hombre lo leyó para sí y lo pasó en silencio a los circundantes, que hicieron lo mismo.
Decía: "Orden General del Día. El Gobierno ha dispuesto en acuerdo de este día que el sargento de dragones en Comisión en Nogoyá, Basilio Mendieta, sea arrojado del cuerpo a que corresponda por incorregible e indigno de vestir el hábito militar, ya por ser un insubordinado como por su detestable vicio de embriaguez. Desde el día primero del próximo Marzo usarán bigote todos los Sres. Jefes y oficiales de línea que estén en servicio activo de las armas, así como todas las demás clases, desde soldado hasta sargento, inclusive. Paraná 17 de Febrero de 1836. ECHAGÜE. Evaristo Carriego". (1)
Cuando todos terminaron de leerlo en silencio, el que había hablado primero, dobló cuidadosamente el documento y lo devolvió a su dueño.
-Sírvase, don Mendieta, disculpe por haber dudado de su palabra.
El aludido guardó sus papeles y pidió la última copa, porque "tenía que hacer".
-Está güeno, mi amigo, si yo cuando digo que en mi familia tenemos bigotes por decreto, por algo es...
Abandonó tambaleante el local, dejando a sus espaldas el comentario de los paisanos.
-Pobre viejo.
-Vive creído de que el agüelo fue un tipo importante.
-Déjenlo con el recuerdo, como el viejo no sabe leer y está convencido, no hay quién le haga cambiar de parecer.
-Está creído de eso.
Damaseno Mendieta caminaba oscilante entre los bretes, arrastrando su verdadera herencia alcohólica. -¿Alguna changa, don?
El hombre de impecable aspecto pasó a su lado sin detenerse. Trató de mostrar la palma de su mano.
-Y güeno, si trabajo no hay ...
Pensó en el asadito que estaban preparando los peones de "Las Mercedes" y que aún faltaba una hora larga para el mediodía. Podría echar un sueñito. Se dejó caer entre unos fardos, tapándose apenas con su poncho desvaído y con los rayos pobretones del sol de invierno. El canto de un pájaro dormilón lo fue arrullando muy lentamente...
-Bigotudo por decreto... nada de bolazo... -alcanzó a musitar antes de comenzar a soñar con las hazañas de su abuelo Basilio.
(1) Tomada de Recopilaciones de Leyes, Decretos y Acuerdos de la Provincia de Entre Ríos, desde 1821 a 1873, Toma IV, Uruguay. Imprenta de La Voz del Pueblo, 1875, pág. 215.